Todo tiene un límite
La disciplina es una herramienta de la educación y la educación no es una lucha de poder, cuando nos encontramos en situaciones en las que el cumplimiento de las normas se convierten en una batalla para ver quién gana; esto es, si los papás “domamos” al niño o él consigue que cedemos, una vez más, tenemos que hacer un alto y reflexionar sobre el momento en que perdimos la ruta.
Educar se vuelve una lucha de poder cuando perdemos de vista que la disciplina, los límites y las consecuencias son en favor y no en contra del niño. La disciplina juega contra el niño cuando los padres la usamos sólo como una forma de reprimir las conductas que nos perturban y que pensamos que nuestro hijo hace para molestarnos intencionalmente. Esto da lugar a una espiral larguísima de respuestas y reacciones. De sentimientos de culpa y ambivalencia que se traducen en bandazos, donde un día somos muy buena onda y al otro, monstruos.
¿Quién lleva el volante?
Para que la disciplina y los límites jueguen en favor del niño tenemos que estar convencidos que al darle los elementos para que autorregule su conducta le estamos haciendo un importante regalo que le será útil toda su vida.
Todos los niños requieren de un marco de referencia, límites y consecuencias, que establecemos y cumplimos como familia. Esto les ayuda a responsabilizarse de lo que hacen y a ser más independientes.
El autocontrol es particularmente importante pues así podrán integrarse a su entorno y regular su comportamiento.
Los niños requieren aprender a disciplinarse. Aprender, en el sentido deportivo, a gozar del vencerse a sí mismos y organizar su tiempo en función de sus prioridades.
La tentación de sobreprotegerlos, de no exigirles porque ya la vida les va a exigir mucho es, primero que nada, una manifestación de que en el fondo no creemos en ellos, no los creemos capaces de cumplr sus metas y tampoco pensamos que sus objetivos son importantes.
No podemos permitir las disculpas que surgen para no tener disciplina,todos necesitamos límites y como padres o educadores debemos conocer bien a los niños para saber cómo establecerlos y estar bien seguros de que lo que les estamos pidiendo, no está más allá de sus posibilidades. Dar al niño el apoyo y los recursos que necesita para controlar su conducta implica dedicarle tiempo, ser paciente y creativo.
Validar lo que sentimos
En el proceso de elaborar un marco de referencia en el que nos podemos mover para relacionarnos con los demás, es muy importante tener en cuenta nuestros sentimientos, estar en contacto con ellos, reconocerlos y darles salida. Sólo cuando tomamos en serio nuestras necesidades, quereres y sentimientos estaremos en posición de sentirnos bien como individuos y como padres, y eso ayudará a promover un entorno en donde la disciplina familiar sea sinónimo de aprendizaje y no de autoritarismo.
En el diálogo hay que ser muy claros, respetuosos y consistentes. Para los niños debe ser evidente que los límites no dependen de nuestra manera de sentir en ese momento o de nuestro estado de ánimo,sino de parámetros que hemos establecido de antemano con la idea de ayudar a la persona y de crear un clima de relación armoniosa entre los que convivimos en familia.
Nuestros hijos requieren un marco de orden y equilibrio que sólo puede darse a través de la autoridad de sus padres. Nosotros somos, nos guste o no, sus modelos. Ellos aprenden de nosotros y a pesar de los grandes adelantos sigue siendo mucho más importante nuestra actuación que el discurso al que los sometemos.
La disciplina no es un castigo, tampoco intransigencia ni autoritarismo. Es una herramienta para que nuestros hijos construyan los límites que les permitirán vivir en comunidad.
A lo largo de nuestra vida la disciplina nos da seguridad y confianza, nos hace conscientes de nuestro actuar y facilita la comunicación con los demás porque crea una conciencia de la existencia del otro. La convivencia existe porque hay límites.
Frecuentemente los hijos nos ponen frente a una serie de dilemas que nos hacen dudar de nuestras normas, las que nos han servido a lo largo de nuestra vida. Dudar es movernos en agua pantanosas. Antes de establecer una norma es necesario cuestionarnos y resolver internamente el dilema: la certeza y convicción de los límites que hemos impuesto debe funcionar en favor de la persona. Sólo así lograremos la firmeza que requerimos para ser consistentes.
La disciplina no es un asunto de quién gana, tampoco ayuda a demostrar quién es más fuerte; es una manera de guiar, orientar y apoyar a las personas. Es una herramienta que nos ayuda a aceitar las alas de nuestros hijos.
CONSEJOS ÚTILES
No trate de lograr todo de un día para otro. Ponga límites, uno por uno. Cuando se consolide la aceptación del primero, demos un nuevo paso.
Los límites deben ser discutidos y consensados por toda la familia en la medida en que los niños crecen.
“Porque lo quiero yo” no es, ni debe ser, razón suficiente. Hay que dar razones válidas para que el niño comprenda.
Las normas nunca debe ser humillantes.
Es importante decir a nuestros hijos lo que esperamos de ellos.
Sea breve...no tire rollos.
Ofrezca alternativas.
Sea firme pero cariñoso.
Haga exigencias realistas.
Revise las normas con frecuencia y haga adecuaciones de acuerdo con las edades de sus hijos. Las situaciones cambian.
Toda la familia debe saber cuáles son las consecuencias de una transgresión.
Las consecuencias deben cumplirse siempre.
Si se equivoca, no tema reconocerlo.
Artículo publicado en la REVISTA ARARU
NO. 33 FEBRERO/ABRIL DE 2001