Oscar Abellón Martín
“Lo que no se evalúa se devalúa”. Al margen de considerarse un tópico, así de tajante es la realidad. Una frase contundente aplicable a cualquier ámbito, pero que adquiere aún más peso en el sector educativo, en el cual la evaluación es el pan de cada día.
En los últimos años, en un importante número de centros, se están produciendo cambios significativos en sus proyectos educativos. Gran parte de ellos han surgido de la necesidad de corregir las deficiencias detectadas en nuestro sistema, tras las diferentes pruebas externas a las que ha sido sometido. En otros casos, la predicción de las futuras demandas de perfiles profesionales, que hoy no existen y ni siquiera conocemos, están orientando modelos pedagógicos diferentes a los tradicionales.
El informe PISA, referente internacional para medir y comparar sistemas educativos, ha criticado duramente al nuestro, acusándole de abusar de técnicas memorísticas y carecer de herramientas metodológicas que permitan el desarrollo de la creatividad. Valoraciones que resultan aún más preocupantes si tenemos en cuenta que, según los diferentes estudios efectuados al respecto, las nuevas profesiones del futuro harán necesario trabajar con información desconocida y resolver problemas no estructurados. Estas consideraciones obligan a definir un nuevo perfil de alumno, que desarrolle competencias ignoradas por completo en nuestro modelo tradicional. Entre ellas se encuentran el trabajo en equipo, la investigación, liderazgo, autoaprendizaje, lectura eficaz, toma de decisiones con destreza, emprendimiento, creatividad, pensamiento crítico, resiliencia o la destreza para hablar en público, sin olvidarnos de la competencia digital y el dominio de varios idiomas, tan demandadas por la sociedad actual.
Hoy en día, más necesario que retener información, es saber dónde encontrarla, y lo importante ya no es tanto lo que sabes sino lo que sabes hacer con lo que sabes.
No cabe ninguna duda de que el escenario en que nos encontramos obliga a los centros a efectuar un cambio radical en sus modelos pedagógicos, que incorpore metodologías que permitan desarrollar las nuevas competencias demandadas. De lo contrario, si se mantiene el modelo tradicional, nuestros jóvenes, en el mejor de los casos, estarán muy bien formados, pero para un mundo que ya no existe.
Ante esta situación se hace más necesario que nunca una revisión seria de los procesos de evaluación que se aplican en las aulas, teniendo muy presente que la evaluación, siendo prácticos, es lo que realmente va a orientar el aprendizaje del alumnado. Dificilmente se podrá conseguir un cambio en las competencias desarrolladas por el alumnado si no se modifica el modelo de evaluación, teniendo en cuenta que la evaluación no ha de centrarse única y exclusivamente en el producto del aprendizaje, sino que debe ampliarse al proceso. Qué evaluar, y cómo se evalúa, son elementos determinantes para el aprendizaje del alumnado.
Por poner un ejemplo que ilustre lo anterior, en este caso del ámbito de las matemáticas, antes a un alumno se le pedía memorizar numerosas fórmulas de cálculo de áreas y volúmenes y ponerlas en práctica en un amplio listado de problemas de dicho tipo. Al final esos alumnos, haciendo uso del sistema de evaluación tradicional, demostraban gran destreza resolviendo de forma sistemática y eficaz dichos problemas, pero tenían serias dificultades para interiorizar la relación entre el área y el volumen. Y si se les pedía construir dos cilindros con dos hojas de papel idénticas, uno uniendo la cara inferior y superior de la hoja en vertical y otro uniendo las caras laterales, podían llegar a afirmar, con absoluta certeza, que la capacidad de dichos cilindros era la misma cuando, claramente, no lo es. Coincide la superficie lateral, pero no el volumen. Esta pregunta se sale del modelo sistemático que se les enseñaba, requiere de un nivel de comprensión más profundo, y no formaba parte del modelo tradicional de evaluación.
Hoy, por ejemplo, con el modelo que se aplica en el centro que dirijo, a través de la Destreza de Pensamiento “Compara y Contrasta”, los alumnos de 1º de ESO son capaces de descubrir y comprender la diferencia de capacidad de las dos figuras. Se enfrentan a un PBL (Problem Based Learning o Aprendizaje Basado en Problemas) a través del cual se convierten en diseñadores de botes para una empresa de conservas. Con un presupuesto fijo, que limita el área de dichos botes, construyen cuerpos geométricos que cumplen con unos requisitos mínimos de capacidad. Y lo hacen trabajando en cooperativo, visualizando en la pantalla del ordenador o de la pizarra digital, a través de recursos interactivos, la descomposición de figuras en 3D y, utilizando hojas de EXCEL en las que introducen las correspondientes fórmulas. Así realizan, de forma más sencilla, los cálculos de los diferentes cuerpos geométricos, o de figuras que resultan de la combinación de estos, con las múltiples dimensiones posibles. Esto les lleva a comprender por qué la mayoría de los botes de conserva son cilíndricos o por qué las abejas construyen sus panales con formas hexagonales, visualizando las matemáticas en la vida cotidiana y en la naturaleza. Y todo este proceso, y no sólo el producto final, se tiene en cuenta para medir el desarrollo de sus competencias. Sin ninguna duda un formato de trabajo y evaluación muchísimo más adaptado al momento actual.
Pero cuando pensamos en la evaluación debemos hacerlo en el sentido más amplio de la palabra.
Volviendo al principio, para que cualquier organización, en este caso del ámbito educativo, avance y mejore es imprescindible la evaluación, tanto desde una perspectiva interna como externa. La capacidad de la organización para realizar un análisis crítico de los resultados, desde el compromiso con la mejora, será determinante en la introducción de proyectos de innovación que mejoren los procesos de enseñanza y aprendizaje y la calidad de su oferta educativa.
Por tanto, en medio de un proceso de cambio tan radical, resulta imprescindible medir, también de forma externa, la eficacia de los cambios efectuados.
Una vez actualizado en un centro el modelo de evaluación, orientado hacia la medición del grado de adquisición de competencias, dicho centro no debe caer en el conformismo al comprobar una mejora significativa en los resultados. La evaluación interna y externa se deben complementar.
La evaluación externa aporta independencia y máxima objetividad, credibilidad, contextualización y comparación. Dicha evaluación permite confirmar la eficacia del modelo pedagógico y de evaluación implantado en un centro, detectar áreas de mejora y orientar nuevos proyectos que permitan corregir las deficiencias detectadas.
Un excelente ejemplo de evaluación externa lo encontramos en PISA for School, prueba basada en PISA en la que el centro que dirijo ha participado con éxito. Dicha prueba mide y compara centros educativos mediante un modelo de evaluación por competencias. La prueba PISA, hace lo propio, pero con sistemas educativos.
En definitiva, la única forma posible de que un centro, y en consecuencia todo un sistema educativo, evolucione y se adapte a lo que la sociedad le demanda, pueda medir de forma objetiva la eficacia de su proyecto, compararse con otros centros y sistemas educativos, y localizar áreas de mejora que le permitan seguir creciendo y mejorando su oferta, es dejando a un lado los complejos, perdiendo el miedo a someterse a pruebas externas de evaluación por competencias y enfrentarse a dicho reto. Si el resultado es bueno significa que se avanza por el camino correcto y si no es así, se encontrarán pistas para mejorar. ¡Lo que no se evalúa se devalúa!