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Enseñanza por competencias. Iván Ismael Aguilera Téllez

El uso del término competencias es una consecuencia de la necesidad de superar una enseñanza que se ha reducido al aprendizaje memorístico de conocimientos. A principios de la década de los setenta y en el ámbito de las empresas surge el término competencias para designar aquello que caracteriza a una persona capaz de realizar una tarea concreta de forma eficiente.

La enseñanza basada en el desarrollo de competencias está motivada por la crisis de al menos tres factores (Zabala y Arnau, 2008):

1. Los cambios en la propia Universidad que se está replanteando su estructura y contenidos.

2. La mayor presión social sobre la necesaria funcionalidad de los aprendizajes y la constatación de la incapacidad de la mayoría de la ciudadanía para saber utilizar los conocimientos.

3. La función social de la enseñanza, asumiendo que se debe formar en todas las capacidades del ser humano con el fin de dar respuesta a los problemas que depara la vida como la finalidad primordial de la escuela. Formación integral de la persona como función básica en lugar de la función propedéutica.

Recordemos que el modelo de competencias surge como una alternativa a las fuertes críticas realizadas a la escuela tradicional.  Retomando las aportaciones de Garagorri (2007) y  Tobón (2006) esta nueva concepción del modelo de competencias propone, evidentemente, cambios en la docencia, entre los que podemos mencionar:

1. Pasar del énfasis en conocimientos conceptuales y factuales al enfoque en el desempeño integral ante actividades y problemas, lo cual implica trascender el espacio del conocimiento teórico y poner la mirada en el desempeño humano integral.

2. Transitar del conocimiento a la sociedad del conocimiento, es decir, ir más allá de la simple asimilación de conocimiento y pasar a una dinámica de búsqueda, selección, comprensión, sistematización, crítica, creación, aplicación y transferencia.

3. Trasladar el interés de la enseñanza al aprendizaje, ahora el reto es establecer con qué aprendizajes vienen los estudiantes, cuáles son sus expectativas, qué han aprendido, cuáles son sus estilos de aprendizaje y cómo ellos pueden involucrase de forma activa en su propio aprendizaje y orientar la docencia hacia estos aspectos.

4. Abandonar a los contenidos como eje organizador del currículo y asumir que este eje organizador deben ser las competencias que se precisan para actuar en todas las dimensiones del desarrollo de la persona y no los saberes conceptuales.

5. Se da prioridad a la preparación para la vida plena, siendo miembro reflexivo y activo de la sociedad y la naturaleza; pasa a segundo término, el preparar para acceder  a otro nivel  educativo.

6. El profesor no se limita a enseñar la materia sino que pasa a ser co-reponsable para que los alumnos alcancen las competencias.

7. Se asume un modelo de escuela abierta dispuesta a colaborar con los sectores implicados.

8. El contexto asume una importancia relevante.

Al respecto, deberíamos preguntarnos cuáles de estos cambios propuestos hemos podido concretar en la práctica educativa, cuáles estamos en proceso de gestación y cuáles distan mucho de que lo logremos.

Siguiendo con Zabala y Arnau (2008) la competencia se manifiesta en al menos tres niveles de exigencia: 1) que el alumno sepa utilizar en contextos variados los conocimientos de las distintas materias convencionales, lo que interesa es la capacidad de saber aplicar los conocimientos a la resolución de situaciones o problemas reales; 2) referido a las competencias relacionadas con el trabajo colaborativo y en equipo; y 3) corresponde a una enseñanza que oriente sus fines hacia la formación integral de las personas.

La competencia ha de identificar aquello que necesita cualquier persona para dar respuesta a los problemas con los que se enfrentará a lo largo de su vida. Por tanto, competencia consistirá en la intervención eficaz en los diferentes ámbitos de la vida mediante acciones que se movilizan, al mismo tiempo y de manera interrelacionada, componentes actitudinales, procedimentales y conceptuales.

Por lo tanto, el enfoque de competencias otorga la prioridad en la educación básica a la adquisición de un tipo especial de competencias: las que convierten a un aprendiz en un aprendiz competente, las que permiten no sólo resolver problemas prácticos sino aquellos asociados a operaciones mentales; es decir, resulta fundamental el desarrollo de habilidades de pensamiento, así como otras competencias que permiten seguir aprendiendo a lo largo de la vida, desarrollar capacidades metacognitivas que harían posible un aprendizaje autónomo y autodirigido. De acuerdo con diversos autores un aprendiz competente es el que conoce y regula sus propios procesos de aprendizaje, tanto desde el punto de vista cognitivo como emocional, y puede hacer un uso estratégico de sus conocimientos, ajustándolos a las exigencias de contenido o tarea de aprendizaje y a las características de la situación (Bruer, 1995).



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