La primera línea de protección y apoyo de los niños, niñas y adolescentes somos los padres de familia, somos los responsables de formar hábitos, valores, de garantizar una formación sólida que les permita enfrentar los retos de la adultez.
Las habilidades sociales y la inteligencia emocional son fundamentales para vivir los cambios, los éxitos, los tropiezos e incluso el dolor, son parte de la vida y tienen una función en la formación y educación para la vida: la madurez.
Es imposible aislar a nuestros hijos del dolor, del perdón o del esfuerzo, son parte de la vida, y los requerimos para crecer como personas; esperar que la escuela, los terapeutas, los abogados sustituyan el noble trabajo de ser padre y/o madre, es poco asertivo, éstos representan valiosos apoyos para orientarnos en la labor parental.
Nuestros hijos o hijas son mucho más que una calificación, un permiso, una beca… son personas en formación, son una promesa de vida que se construye en el día a día, por esta razón debemos prepararnos para ser mejores padres y madres cuyo objetivo sea educar hijos fuertes, justos, críticos, respetuosos, honrados, ordenados, limpios, humanos en el sentido más amplio, con autoestima, sensibles a su comunidad y con responsabilidad social.
Regresemos a los básicos, el amor, la disciplina y la comunicación bastan para construir un vínculo fuerte con nuestros hijos, esa es la mejor preparación, es su verdadero patrimonio para acompañarlos en su vida, “las palabras educan, pero el ejemplo arrastra” somos su ejemplo las veinticuatro horas al día, y muchas veces educamos y trasmitimos mensajes sin necesidad de siquiera hablar.
El estilo disciplinario que adopta la familia determina en gran medida el desarrollo de los hijos(as), por desconocimiento e historia de vida solemos caer en algún o varios estilos disciplinarios erráticos;
La sobreprotección, que aparentemente es un amor que se desborda sin límites, realmente inhabilita a nuestros hijos e hijas en el desarrollo de su autonomía, se vuelven incapaces de acciones resolutivas como individuos en crecimiento.
Otro estilo es la indiferencia, cuando dejamos a los hijos a cargo de un tercero o incluso de ellos mismos, faltos de amor y límites como creciendo en forma silvestre, nos olvidamos de brindarles atención, de jugar con ellos, de platicar, de corregirlos, a veces por exceso de trabajo o por desconocimiento, frente a estas carencias buscamos compensarlos con regalos u otras veces siendo permisivos.
El adiestramiento también recurrente, que consiste en condicionar conductas bajo las premisas de castigos y premios, este entrenamiento se reduce a conductas obedientes, sin la interiorización de valores, hábitos y herramientas emocionales para la vida.
El estilo disciplinario más asertivo es educar con amor y disciplina, buscando edificar a nuestros hijos(as) en valores y con comunicación, construyendo en el día a día con nuestro ejemplo, acompañándoles en el curso de su vida, protegiéndoles de acuerdo a su edad y etapa de desarrollo, reconociéndoles como personas en crecimiento y formación para llegar a una vida adulta feliz que contribuya a la comunidad porque la única forma de trascender es sirviendo a los demás, ser socialmente responsable.
Reflexionemos en el estilo de crianza que aplicamos en la dinámica familiar, o bien si tendemos a combinar algunos de ellos; nunca estudiamos para la profesión más importante de nuestra vida, pero, el sentido común y el amor nos permiten usar la intuición, pedir ayuda a especialistas, busquemos acudir a escuelas para padres, compartir nuestras preocupaciones para cumplir la misión de ser padres, de ser madres…