Emilio Torres González.
Estamos de acuerdo que el mundo en el que vivimos ha cambiado y nada se parece al que teníamos escasamente hace 10 o 15 años. La “nueva comunicación” avalada por el boom tecnológico ha irrumpido en nuestras vidas sin avisar, y de la noche a la mañana ha cambiado hábitos, costumbres y ritos…..
Todo este revuelo sin precedente ha generado un cambio vertiginoso en muchos gremios laborales, ha cambiado rotundamente el comercio, y el sector de la medicina y los transportes. Pero impasivamente el sector educativo ha elegido mantenerse al margen de esta ola de cambio y actualización, hermética en un estado de letargo, el cual le hace estar estancada en un sistema educativo que podríamos datar del siglo pasado. Cada vez menos, pero las siguen habiendo, hay aulas en el que sus alumnos se sientan de forma individual, sin interacción con sus iguales, mirando únicamente una pizarra de tiza sin posibilidad de centrar la atención en varios objetivos y en el que hay una continua puesta en escena por parte de un adulto-profesor, obligando a los alumnos a desacelerar en un aprendizaje que para nada se puede catalogar de significativo. Todo un desperdicio de talento y creatividad, enjaulando al alumno a la soledad de su pupitre y a su estático libro de texto.
Tenemos la urgencia y la obligación de reaccionar ante la necesidad de la reinvención de una escuela que aprenda y que diseñe con sus alumnos experiencias memorables de aprendizaje que puedan ser añadidas a sus biografías. El mundo apasionante y cambiante que nos está tocando protagonizar, tiene que entrar forzosamente a las aulas y obligatoriamente debemos contextualizar lo que en ellas se vivencia, alineándose con la vida real, con la calle, con la actualidad. Ya no sólo vale la memorización y la repetición hasta la saciedad de ejercicios y prácticas poco justificadas, en las que los alumnos difícilmente llegan a entender su utilidad y que los adultos constatamos que no servirá de mucho en el futuro.
La apuesta es difícil, y requiere de valientes que sientan la corresponsabilidad de saber que el mañana depende del aprendizaje que diseñemos en el hoy. Mirar al pasado ya no sirve. Mirar a los políticos ya no sirve. Mirar los países vecinos y sus sistemas educativos ya no sirve. Dejemos de mirar hacia fuera y por una vez no sintamos complejo. Hagamos un ejercicio de orgullo y amor propio mirando dentro de nuestras aulas, pensemos cuál es la promesa de futuro que queremos hacer a esos alumnos, y luego hagamos un autodiagnóstico de las prácticas educativas que como escuela desarrollamos, para que a partir de ahí nos subamos a la lancha de la mejora continua tanto pedagógica como metodológica, teniendo como objetivo en los cambios que debemos introducir, ese perfil de alumnos que pretendemos conseguir y que hemos prometido alcanzar.
El aprendizaje de CALIDAD debe ser eficaz, es decir, que lo aprendido sirva para seguir aprendiendo, pera vivir mejor y que desarrolle el placer del saber en los alumnos. Que dicho aprendizaje pueda ser aplicable, utilizable en múltiples situaciones académicas, extraescolares, laborales, etc… que sea suficientemente mantenido en el tiempo, adaptado a sus individuales sentimientos, creencias e intereses…fácilmente recuperable cuando sea necesario.
Que construya no sólo un mejor estudiante sino un ciudadano más crítico, más razonable y reflexivo, más culto, más responsable de lo público, más civilizado, más noble y honrado, que al salir de la enseñanza obligatoria pueda saber analizar la información e interpretar los datos, así como poder formular un argumento y ser creativo en la solución de los problemas.
Educadores, profesores, directores, políticos y familias,…. el futuro de la sociedad depende de la educación del presente.